No es la única mujer practicante del «Arte Sagrado» en tiempos lejanos. Conocemos a Theosebia, a Paphnutia y a una supuesta Cleopatra (muy dudosa) que, al parecer, se animaron a trabajar los metales y minerales con igual soltura que sus compañeros.
Sin embargo es a María a quien todos parecen mostrar como grandísima maestra. Es reconocida como la «Eva» particular de la historia de la alquimia, la primera mujer alquimista. Para que se hagan ustedes una idea de su tremenda antigüedad basta decir que el vetustísimo químico Zósimo de Panápolis (siglo IV) la cita siempre en pasado, venerándola entre los que él llama «sabios antiguos», un exclusivo grupo en el que figuran Demócrito, Moisés, Ostanes, Hermes, Isis, Chymes, Agathodaemon, Pibechios, Iamblichus, nombre míticos y pseudo-epigráficos que buscaban dar una mayor relevancia al contenido de los textos que encabezaban.
El eminente historiador de la alquimia F. Sherwood Taylor comenta que(1): «Uno de ellos, María al Judía, parece corresponder, en efecto, a una persona de carne y hueso y una gran descubridora de la ciencia práctica». Esta idea de María como persona física real es la que actualmente está más extendida entre los estudiosos del tema.Tiene gran fama de diestra operativa que le viene del própio Zósimo, quien al parecer tuvo en sus manos cierta obra suya en la que se hacía una pormenorizada descripción del instrumental en los laboratorios de la época.
El propio Panapolita extractó ciertas partes ese texto, siendo la más conocida aquella que se refiere a cierto aparato destilatorio denominado Dibikos o Tribikos (según tuviese dos o tres caños para la destilación).
Sonia Lozano
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